Estudios sugieren que regenerar al suelo dándole la espalda a la agricultura industrial tiene la llave para jaquear al cambio climático.
La cosa está que arde. Cada uno de los últimos 14 meses ha roto el récord de temperatura global. La cubierta de hielo en el mar Ártico acaba de llegar a un récord de baja profundidad nuevo, a 525,000 millas cuadradas menos de lo normal. Y aparentemente no estamos haciendo mucho para pararlo: de acuerdo al Profesor Kevin Anderson, uno de los científicos climáticos líderes en Inglaterra, ya hemos arruinado nuestras oportunidades de mantener al calentamiento global debajo del umbral “seguro” de 1.5 grados.
Si queremos mantenernos al menos debajo del límite de 2 grados, todavía tenemos una oportunidad. Pero lograrlo va a requerir de un esfuerzo monumental. Anderson y sus colegas estiman que para mantenerse dentro de tal límite, necesitamos comenzar a reducir emisiones moderadamente por un 8%-10% anual, a partir de ahora, hasta que lleguemos a un “cero neto” para el 2050. Esto es por supuesto difícil y para empeorar las cosas, hay un dato que hace las cosas más complicadas: la mejora de eficiencia y tecnologías de energía limpia solamente lograrán reducciones máximas de alrededor de un 4% anual.
Cómo lograr la diferencia es una de las preguntas más grandes del siglo 21. Hay un número de propuestas circulando. Una es capturar el CO2 que sale de las estaciones de poder energético, hacerlo líquido y almacenarlo en cámaras muy profundas debajo del suelo. Otra es echar hierro en el mar para impulsar florecimientos de algas muy grandes que absorban el CO2. Otros intentan un enfoque diferente, como poner espejos gigantes en el espacio para desviar algunos de los rayos del Sol, o bombear aerosoles en la estratósfera para crear nubes hechas por el hombre. Desafortunadamente, en todos estos casos los riesgos son muy peligrosos, o todavía no contamos con la tecnología para desarrollarlos.
Esto nos pone en apuros y demanda una cierta urgencia. Mientras los ingenieros se están sacando canas verdes para crear escenarios de geo-ingeniería, puede que estén pasando por alto una solución más fácil y menos glamorosa. Tiene que ver con el suelo.
El suelo es la segunda reserva más grande de carbono en el planeta, junto con los océanos. Contiene cuatro veces más carbono que todas las plantas y árboles en el mundo. Pero actividades humanas como la deforestación y la agricultura industrial – con sus técnicas de arado profundo, los monocultivos y el uso intensivo de fertilizantes y pesticidas químicos – está arruinando nuestros suelos a una velocidad suicida, matando la materia orgánica. En la actualidad, un 40% del suelo agrícola está clasificado como “degradado” o “seriamente degradado”. De hecho, la agricultura industrial ha dañado tanto a nuestros suelos que un tercio de la tierra agrícola ha sido destruida en las últimas cuatro décadas.
A medida que nuestros suelos se degradan, pierden su habilidad para absorber el carbono, soltando fuertes cantidades de CO2 (pdf) en la atmósfera.
La base científica que ha estudiado estos temas es fascinante. Un estudio publicado recientemente por la Academia Nacional de Ciencias de los EU asegura que la agricultura regenerativa puede reabsorber 3% de nuestras emisiones de carbono global. Un artículo en Science sugiere que podría ser hasta un 15%. Y una investigación nueva del Instituto Rodale en Pennsylvania, aunque no ha sido revisado por sus pares, dice que los niveles de reabsorción podrían ser tan altos como un 40%. El mismo reporte discute que si aplicamos técnicas regenerativas a tierras de pastizales también, podríamos capturar más de un 100% de emisiones globales. En otras palabras, la agricultura regenerativa podría ser nuestra mejor oportunidad para enfriar realmente al planeta.
Aún así, a pesar de tener la evidencia de su lado, los que proponen la agricultura regenerativa – como la asociación de agricultores La Vía Campesina – están luchando una batalla contracorriente. Las corporaciones multinacionales que dirigen el sistema de comida industrial parecen estar muy seriamente en su contra porque amenaza a su poder monopólico – poder que se basa en semillas relacionadas con fertilizantes y pesticidas químicos patentados. Están muy conscientes de que sus métodos están causando el cambio climático, pero insisten que es un mal necesario: si queremos alimentar a la creciente población mundial, no tenemos una elección – es la única forma de asegurar ganancias grandes.
Los científicos están sacando a la luz su engaño. En primer lugar, alimentar al mundo no se trata de rendimientos más altos; es acerca de una distribución más justa. Ya hemos cultivado suficiente comida para 10 mil millones de personas. De cualquier forma, se puede discutir que la agricultura regenerativa de hecho aumenta los rendimientos de los cultivos a largo plazo al mejorar la fertilidad del suelo y la resistencia contra la sequía e inundación. Así que mientras el cambio climático hace de la agricultura algo más difícil, esta podría ser nuestra mejor apuesta por la seguridad alimenticia, también.
La batalla aquí no es sólo entre dos métodos diferentes. Está entre dos maneras diferentes de relacionarse a la tierra: una que ve al suelo como un objeto del cual la ganancia tiene que sacarse a todo costo, y una que reconoce la interdependencia de los sistemas vivos y honra los principios de equilibrio y armonía.
Pero la discusión va mucho más allá del suelo. Se trata de algo aún más importante. Como lo dijo el Papa Francisco en su última encíclica el año pasado, nuestra crisis ecológica actual es el signo de una patología cultural. “Hemos llegado a vernos como los amos y maestros de la Tierra, con el derecho de ararla a voluntad. La enfermedad del suelo es evidente, en el agua, en el aire y en todas las formas de vida son síntomas que reflejan la violencia presente en nuestros corazones. Hemos olvidado que nosotros mismos somos polvo de la Tierra; que respiramos su aire y recibimos vida de sus aguas.”
Tal vez nuestros ingenieros no entienden lo que importa. El problema con la geo-ingeniería es que procede de la misma lógica que nos metió en este desastre en primer lugar: uno que trata a la tierra como algo que tiene que ser sometido, dominado y consumido. Pero la solución al cambio climático no será encontrada en las últimas maquinaciones para manipular a nuestro planeta viviente a voluntad del hombre. Tal vez en lugar de eso depende de algo mucho más centrado – un cuidado ético y sanación, comenzando con los suelos de los cuales depende nuestra existencia.
Por supuesto, la agricultura regenerativa no ofrece una solución permanente a la crisis climática; los suelos pueden reabsorber una cantidad finita de carbono. Todavía necesitamos eliminar nuestra dependencia de los combustibles fósiles, y – lo más importante – tenemos que eliminar nuestra obsesión con un crecimiento exponencial sin fin y rebajar nuestra economía material para regresarla a algo afín con los ciclos ecológicos. Pero mientras tanto, el suelo nos podría dar tiempo para arreglar nuestra situación.
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